lunes, 10 de septiembre de 2007

BURNER FEST... Maratón de gasolina




Teatro Novedades, Sábado 8 de Septiembre. (Foto: Mauricio Rodríguez)

Todos los errores que puede cometer la producción de un evento quedaron en evidencia ayer, en el Burner Fest realizado en el Teatro Novedades. En primer lugar, la falta de una buena estrategia de publicidad –por ejemplo, ausencia total de afiches en las calles- hizo que sólo llegara la mitad del público que se preveía para esta fiesta del rock más “talibán”. Segundo lugar, quizás fue también un error integrar al cartel a tanta banda invitada. Sin querer quitarle merecimientos a ninguno de los grupos presentes, me pareció que fue infantil proyectar un show con seis bandas, a sabiendas de que el permiso policial era sólo hasta las 12 de la noche, los pacos andaban “agujas” y a las 7 de la tarde aún no pasaba nada. Entonces, pasó lo de siempre: se le faltó el respeto a las bandas menos renombradas. Johou fueron los principales perjudicados porque se bajaron del cartel y no pudieron mostrar su energizante rock de vocación Stooge a un público potencialmente mayor que el que los sigue habitualmente, y Cóndor, la banda encargada de abrir, salió a las 19 con 38 minutos y sólo pudo tocar 3 temas, con un sonido general bastante deficiente que poco tenía que ver con ellos, sus ganas y su entrega. Aún así, su estilo vertiginoso con elementos de AC/DC, Hellacopters y Fu Manchu prendió a algunos miembros del público, que siguieron el ritmo con sus pies o derechamente moviendo la cabeza.

Luego de ese canapé que fue Cóndor, apareció Silverjack, banda con fogueo en estas lides dado su reciente teloneo a La Renga y su participación en el festival de bandas Escudo, donde compartieron escenario con Weichafe. En media hora exacta –pasándose deliberadamente de los 15 minutos que les tenían asignados- mostraron, con buen fiato y un sonido aún feble pero algo mejor, 5 temas incluidos en su recién aparecido y muy bien producido álbum debut, “Explota el Cemento”. El fuerte de Silverjack está en la pirotecnia de su pareja de guitarristas y en su interesante mezcla estilística, donde el hard rock bluesy y sleazy de los ’80 se enriquece con algunos riffs de thrash a la Megadeth-Testament. Pasaron con relativo relajo la prueba del público.

A las 20:30 subió Tabernarios a escena, una banda que pese a tener sólo un disco (y estar preparando el segundo) sacó a relucir por todos lados su experiencia y bagaje ganados en años sobre las tablas. Parados con propiedad, fueron la banda chilena con mejor puesta en escena y también la que mejor sonó. La adición de Marco (ex Devil Presley) en la batería (reemplazando a Tito) dio a Tabernarios esa pizca de solidez que les faltaba para ser fuertes en todas sus líneas, mientras que el set puso una dosis de energía que tuvo un muy buen feedback en los presentes, que de a poco comenzaban a hacer menos desolador el panorama. Tras cuarenta minutos y cerrar con su ya clásico ‘Pilsen Of Death’, Tabernarios cumplió con su tarea y dejó el escenario a Hielo Negro.

Hielo Negro venía recién bajándose del bus, luego de una agitada tocata en Concepción, pero también hicieron lo suyo tirando a la parrilla, uno tras otro, temas que eran coreados por todos, justificando el estatus de Hielo como una banda ya clásica del underground, la cuneta y el vaso plástico de nuestro país, con seguidores que los acompañan a donde vayan. Lo único criticable fue que los solos de guitarra de Chelo no sonaron como en noches más inspiradas, y la sensación general de resaca los hizo tocar un par de medidas más lento que lo usual –les gusta Saint Vitus, ¿ah?-, pero siempre con esa sobria solidez que los caracteriza en vivo. Hubo también espacio para mostrar un par de novedades de su próximo álbum, tentativamente titulado “Purgatorio Bar”, en un set de 10 temas que entusiasmó a los presentes, entibiando lo suficiente para lo que se venía.

Tras una espera de unos 30 minutos, a las 22:42 subió al escenario el plato fuerte, la banda más esperada de la noche. Los americanos Nashville Pussy aparecieron sobre el escenario y durante 75 minutos deleitaron al público con su show donde de un modo casi caricaturesco y cómico se ponen en práctica todos los clichés del rock sureño más extremo: voz rasposa, riffs y solos de gasolina, batería simple pero constante, la sexualidad desbordante de Ruyter Suys y la nueva bajista Karen Cuda, sombreros de vaquero, escotes infartantes, toneladas de incorrección política y desparpajo, largos sorbos de Jack Daniels en escena, harto “motherfucker” y machismo recalcitrante. Temas de los cuatro discos que llevan a la fecha, destacando ‘Pussy Time’ (apertura), ‘Snake’s Eyes’, ‘Go Motherfucker Go’ o ‘Hate and Whisky’, más la inclusión de un par de covers, donde destacó la revisión de ‘Rock ´n Roll Outlaw’ de los imprescindibles australianos Rose Tattoo, marcaron su presentación en nuestras latitudes.

Pese a la muy potente voz y magnética presencia del gordito gozador Blaine Cartwright, quedó más que claro que la estrella absoluta (y el show) de Nashville Pussy es su esposa, la guitarrista Ruyter Suys, versión femenina de Angus Young en entrega sobre el escenario. Quizás algunos no pudieron borrar el recuerdo de Corey Parks, pese a que Karen Cuda cumplió muy bien en el puesto. Quizás algunos fans quedaron con gusto a poco porque las chicas no se desvistieron hasta el punto del que hablaban las leyendas, pero después, si fueron vivos, pudieron resarcir esa sensación con la excelente disposición de las chicas a tomarse fotos e intercambiar palabras con los fanáticos en un backstage al cual fue muy fácil ingresar. En fin, sabores encontrados fueron los que marcaron este primer Burner Fest, que dejó varias lecciones para aprender a la organización, así como recuerdos muy buenos para quienes asistieron, gracias a la gran e incuestionable entrega de las bandas. Esperamos una nueva versión.

Pedro Ogrodnik C.

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